No hace daño reflexionar sobre el origen de la dificultad para asumir ese rol secundario.
Siempre seremos
ex de cualquier cosa. Por mucho que protagonicemos episodios en la historia del mundo o en la vida de otros, hay alguno en el que no lo logramos porque nos reemplazan, o porque ese lugar ya no existe o porque, tal vez, en un momento de lucidez, por cuenta propia, decidimos que ya nuestro tiempo terminó y con gusto o con ardor cedemos ese puesto a alguien.
El desequilibrio puede tornarse tan intolerable que preferimos negarlo y continuar ejerciendo nuestro papel titular desde un sitio imaginario, opinando, interrumpiendo, obstaculizando y criticando.
Forzar una posición obsoleta, de esta manera tan arbitraria e inconsciente obligando a otros a padecer nuestro capricho, es evidentemente patético y hasta conmovedor.
Aunque voluntariamente nos apartemos de la vida de alguien o de algo, cuando vemos que hay otro que viene a llenar el espacio vacío, en ocasiones el ego se resiste a registrar esa realidad.
Un mal ex no tolera el cambio, invierte energía en demostrar que sigue siendo necesario y se especializa en boicotear, difamar, molestar para estar presente y vigente en el escenario, evitando así el duelo que implica aceptar ser desplazado o estar en segundo plano.
Esa falta de aceptación provoca un dolor desgarrador en muchos casos que por lo general se manifiesta con agresividad y episodios psicóticos.
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